Duante mi temporada en el Café Society nació la canción que llegaría a ser mi protesta personal: Strange Fruit. El germen estaba en un poema escrito por Lewis Allen, al que conocí allí. Cuando me mostró el poema, yo no lo podia creer: expresaba todas las cosas que habían matado a papá.
Los árboles meridionales llevan una fruta extraña,
Sangre en las hojas y sangre en la raíz,
Cuerpos negros que se balancean en la brisa meridional,
Fruta extraña que cuelga de los árboles de álamo.
Escena pastoral del sur galante,
Los ojos que se vacián y la boca torcida,
Olor de magnolias, dulce y fresco,
Entonces el olor repentino de la carne ardiente.
Aquí está la fruta para que los cuervos desplumen,
Para la lluvia que arruga, para que el viento la aspire,
Para que el sol descomponga, para que de los árboles goteen,
Aquí se da una cosecha extraña y amarga.
Tenía miedo de que no gustara. La primera vez que la canté pensé que había cometido un error y que había acertado en mis temores. No hubo ni siquiera un amago de aplauso cuando terminé. Luego una sola persona comenzó a batir palmas, nerviosa. Y de pronto todos estallaron en una salva atronadora de aplausos...
Pero una noche, en la Calle 52, termine la actuación con Strange Fruit y me encaminé, como de costumbre, al lavabo. Siempre hago lo mismo. Cantarla me afecta tanto que me pongo mala. Me deja sin fuerzas.
Entro una mujer en el lavabo de señoras del Downbeat Club y me encontró desquiciada de tanto llorar. Yo habia salido corriendo del escenario, con escalofríos, desdichada y feliz al mismo tiempo. La mujer me miró y se le humedecieron los ojos.
-Dios mío-dijo-, en mi vida oí algo tan hermoso. En la sala se oía volar una mosca.
Billie Holiday
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